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Thursday, December 1, 2011

Emma Vecla

Speranza


MUSICA
El Art Nouveau, en todo su esplendor
Crítica. “La viuda alegre”. La opereta de Lehár, en una lograda producción escenográfica.

01.12.2011 | Por Sandra De La Fuente

Opera “La viuda alegre”

Con la reposición de La viuda alegre que se había presentado en 2001, el Colón cerró su temporada de ópera.

Aún sin querer hacer de la necesidad virtud, un primer reconocimiento se torna inevitable.

Si en aquella oportunidad las exquisitas actuaciones encabezadas por Thomas Allen y Frederica von Stade pudieron dejar los logros escenográficos un tanto relegados en la consideración crítica, hoy, con un elenco bastante más modesto, esa misma escenografía tal vez pueda recobrar su merecido primer plano.

No hay mal que por bien no venga.

En el clásico pero atractivo decorado, la organicidad vibrante del Art Nouveau lo ocupa todo, desde el primer hasta el último acto, en las oficinas de Pontevedro, en el jardín de la mansión de Hanna y, por supuesto, en el salón del Maxim’s.

La escenografía de Michael Yeargan, pertinentemente iluminada por Roberto Traferri, refleja con ese marco Belle Epoque el esplendor y decadencia de la gran burguesía europea.

El espacio está manejado con rigurosa economía.

Los vistosos números de baile y los diferentes movimientos corales no sólo tienen espacio generoso para desarrollarse, sino también recovecos donde agruparse para crear ritmos atractivos visualmente.

Sin embargo, la directora de escena estadounidense Candace Evans no consigue sacar total provecho de esta economía, y son muchos los momentos en los que mantiene estático y en pesada -y apretada- línea al coro, mientras el cuerpo de bailarines derrocha geometría con gran agilidad y espíritu festivo.

Evans tampoco parece haber dedicado demasiada energía al delineamiento de los personajes que, al igual que el coro, parecen en todo caso cincelados con el trazo grueso de la parodia y librados a su propia suerte.

Del elenco de cantantes despunta muy claramente el barítono austríaco Mathias Hausmann, el Danilo de esta producción, con voz de buen cuerpo y un timbre precioso que nunca suena forzado, en línea con una actuación de elegancia natural.

En cambio, Solveig Kringleborn, la soprano escandinava que canta el rol de la viuda Hanna Glawari, tiene un registro desparejo, con un amplísimo vibrato en los agudos e ínfima proyección en las notas graves.

Pero no hay que descartar que la expresión de Kringleborn se resintiera en su intento de sobreponerse al volumen de una orquesta que, dirigida por el alemán Gregor Bühl, sonó bien sincronizada internamente, pero poco atenta a las necesidades de un elenco de voces más bien pequeñas.

Sin contar con una necesaria adecuación dinámica del cuerpo orquestal, la soprano Lyuba Petrova en el papel de Valencienne, el tenor Benjamin Bruns en el de Camille, el barítono Norberto Marcos y el tenor Carlos Ullán, Vizconde Cascada y Raoul de Saint Brioche, y el resto de los comprimarios sonaron un poco apagados.

Incluso el potente bajo Reinhard Dorn -simpatiquísimo Mirko Zeta- pareció tener alguna dificultad para sobreponerse, en el principio, al conjunto instrumental.

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