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Tuesday, November 29, 2011

Emma Vecla

Speranza

Martes 29 de noviembre de 2011 | Publicado en edición impresa.Clásica / Recomendado

Vuelve la más alegre de las viudas
Con la opereta de Franz Lehár -que invita al pleno disfrute y regocijo-, se despide la temporada lírica del Colón

Por Pablo Kohan | Para LA NACION
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Vistosa y colorida es la propuesta de la directora de escena Candance Evans.

Foto: Gentileza Teatro Colón

Pícaro, simpaticón, dicharachero, el paseandero cruzaba la cordillera en ambos sentidos y la felicidad estaba ahí, al final del trayecto, porque una chilena o una cuyana lo aguardaban en las celebérrimas dos puntas del camino.

Y, a pura cueca, podemos imaginar a las dos muchachas muy similares una a la otra, es decir bonitas, jóvenes y querendonas, con un vaso de chicha la una, con un buen tinto la otra.

Ahora bien, si el paseandero fuera el operómano del Colón, es difícil que pudiera cantar que en las dos puntas de la temporada 2011 lo aguardan dos muchachas parecidas.

Hermosas y atractivas sí, pero igualitas no.

Para nada.

Después de todo, allá lejos, aunque no haga tanto tiempo, en el extremo inicial del camino, estuvo "El gran macabro", de György Ligeti, ya no importa que en versión reducida y poco venturosa.

En esta punta, la que tendrá lugar a partir de hoy, una viuda alegre le sale al encuentro que, a todas luces -o, más propiamente, sonidos- le ofrece otro tipo de compañía.

Mordaces, y sin faltar a la verdad, podríamos recordar que ambas son obras escénicas del siglo XX y escritas por compositores húngaros.

Pero, en concreto, de una a la otra, se extiende una distancia, en términos musicales, idiomáticos y estéticos, definitivamente inconmensurable.

Son Jekyll y Hyde, son la tundra siberiana y el Sahara ecuatorial.

Recordemos que "La viuda alegre", de Franz Lehár, es una de las más celebradas operetas vienesas de todos los tiempos, con todos los sabores y los colores que ello implica, a años luz de las búsquedas, los planteos -y también los sabores y colores- de la que es, para muchos, la más notable ópera de la segunda mitad del siglo pasado.

Con todo, estas enconadísimas adversarias, la ópera de vanguardia y la opereta vienesa, representantes de dos posturas artísticas radicalmente enfrentadas, no necesariamente deben plantear el mismo tipo de dilema a quienes a ellas se exponen.

Todo pasa por no pretender peras del olmo y por saber distinguir, entonces, que ambas, cada una en su lugar y con sus peculiaridades, son maravillosas.

En este sentido, todo pasa por sacarse de encima esa innecesaria mochila cargada de preconceptos.

No es tan difícil, claro que no, y, con la actitud correcta, se pueden admirar, y profundamente, las osadías, las ideas y los planteos de Ligeti y, por otra parte, meterse en el mundo de Lehár para terminar silbando bajito y feliz la melodía de ese vals que, qué duda cabe, es una verdadera joya.

"La viuda alegre" es una opereta, un género dramático emparentado con otros muchos espectáculos escénicos en los que se combinan teatro y música.

El diminutivo del término hizo (mal)entender, durante larguísimo tiempo, que era un campo menor, apenas una especie de ópera pequeña o devaluada.

La opereta, como un género satírico y ciertos planteos críticos, nació en París, a mediados del siglo XIX.

Viajó hacia el Este y en la Viena imperial fue recibido por compositores como Johann Strauss, hijo, que mostraron muchas destrezas para otorgarle un perfil diferente.

Sin lugar a dudas, son "El murciélago", de Strauss, y "La viuda alegre", las operetas que más historia y permanencia han logrado.

La obra de Lehár, la que, a partir de hoy, seguramente, habrá de concitar multitudes en el Colón, fue estrenada en los estertores de 1905.

Hasta entonces, Lehár había producido una decena de títulos sin mayor fortuna.

Pero la historia del Conde Danilo y Hanna Glawari, una viuda abundante en juventud, bellezas y dineros, cautivó al público, tal vez, no tanto por su argumento -una típica comedia de enredos con final feliz que no escapa a las convenciones que proliferaban en el mundo de la opereta-, sino por una música deliciosa que remata con un vals que, floreándose en el final del espectáculo, mareó y cautivó a aquellos vieneses.

Obvio, el hechizo sigue con vida y, desde entonces, es imposible no igualar a "La viuda alegre" con ese vals.

Muchos de quienes van a ver esta obra, los porteños incluidos, quizás acuden sólo para poder escucharlo en vivo y en directo.

Serán siete las funciones que se ofrecerán de la opereta de Lehár y han sido convocados dos elencos diferentes.

El primero de ellos, que tendrá a su cargo las primeras cuatro representaciones, está conformado por Solveig Kringelborn, Mathias Hausmann, Lyuba Petrova, Benjamin Bruns y Reinhard Dorn en los papeles principales.

El segundo, para las últimas tres, incluye a Leonora Del Río, Luciano Garay, Natacha Tupin, Carlos Natale y Gustavo Gibert.

La dirección será siempre de Gregor Bühl y la puesta en escena es de Candance Evans.

Puede ser que, para algunos, y no sólo desde la adhesión a la estética de El gran macabro, sino también desde el amor a Wagner, Mozart o Bizet, La viuda alegre no sea sino un espectáculo poco pretencioso, un tanto nimio.

La argumentación que indica que sobre gustos no hay nada escrito es totalmente aceptable.

Pero también es real que en la construcción de la subjetividad entran cuestiones de jerarquías culturales y no es la adhesión férrea a esta postura la mejor consejera.

Dicho de otro modo, dejemos las comparaciones ociosas de lado y seamos capaces de disfrutar de una obra escénica admirable.

La mayoría de los lectores de estas líneas, en realidad, no necesitan de esta recomendación, por supuesto.

SIETE FUNCIONES, ANTES DEL FINAL

Esta noche, a las 20.30, se llevará a cabo la primera función de La viuda alegre. ?El resto de las presentaciones se realizarán el viernes 2, a las 20.30; el domingo 4, a las 17; el miércoles 7 y el sábado 10, a las 20.30, y el cierre está previsto para el domingo 11, ?a las 17. Más información: www.teatrocolon.org.ar

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